viernes, diciembre 22, 2006

Capítulo 17. Dillan
Dos copas sobre la barra. Un Absolut y un Jhonny Walker con limón. Lo mío es el vodka. No he pasado a esa etapa de la vida en que te decantas por un buen Johnny. Quizás tenga que ver con el grado de madurez personal. El caso es que es evidente que Dillan me saca un buen trecho a pesar de tener la misma edad que yo.
La misma edad, las mismas calles, pero diferentes circunstancias, diferentes vidas.
Y en este preciso instante las dos vidas se entrecruzan en un bar del centro de la ciudad. Como cada viernes cuando nos reunimos en un bareto para charlar, beber y decidir lo que será de nosotros en las consiguientes horas de lucidez.
Hoy ya advertimos de buen inicio que no dispondremos de demasiada lucidez. Demasiadas copas en demasiados pocos minutos. Así que decidimos acomodarnos, seguir bebiendo y desarrollar unas charlas profundas que hagan que no nos planteemos demasiado el irnos temprano a casa. Conversaciones con un trasfondo nostálgico habitual de los veinte sin sentido, pero que sirven para los denominados desahogos.
Calculamos que dentro de unas tres horas el dueño del bar se negará en rotundo a servirnos mas copas y en unas cuatro horas se dispondrá a sacarnos del bar. Lo hará por la puerta de detrás vista las pocas ganas de encargarse de ciertos indeseables a según que horas de la madrugada. Esos indeseables seremos nosotros.
Apostamos cual de los cuatro contenedores de la calle de detrás serán nuestras almohadas durante las siguientes dos horas de borrachera callejera y si conseguiremos hacernos con algún nuevo amigo canino para el piso de Dillan. La borrachera no desaparecerá pero si que pasará a domestica. O en ello confiamos.
Dillan es un tipo con una clase abismal, siempre lo he dicho, pero la clase no significa por obligación una exención de los grados de embriaguez. A pesar de ello, es de esas personas que saben llevar las borracheras. Dentro de la inestabilidad, del vértigo, de las nauseas y de la poca visibilidad, mantiene siempre la compostura, en según que situaciones es capaz de asestar algún que otro puñetazo y sobretodo es capaz de conducir su honda de 500.
Dillan y yo siempre discutimos sobre la manera como nos tomamos la vida el uno y el otro. Le hecho en cara su carácter libertario que hace que se desentienda de todo y no se pare a pensar un poco en su futuro, en que será de él con el paso de los años y el hecho de que se despreocupe tanto de las cosas como de las personas. El se ríe y me sermonea sobre la juventud, sobre las ganas de hacer las cosas, sobre el presente y no el mañana, porque no hay un mañana sin un presente y porque no debo dejar de hacer las cosas que de verdad quiero por temor a las cosas que puedan llegar o no llegar después.
Le reprocho por no tener las cosas claras, aunque yo soy el primero que no las tiene.
Replicamos cada uno con una serie de argumentos que no nos creemos ninguno de nosotros y acaba Dillan con alguna historia sobre su abuelo y las ansias que tuvo durante toda su existencia. Como hasta cuando tenia noventa años se sentía como un mozalbán y como replicaba a cualquiera que le quisiese reprimir de sus actividades diciendo que los años no son los que uno tiene sino los que uno siente.
A pesar de todas las discusiones que podamos tener, a pesar de ese carácter afable y esa apariencia de tipo duro al que le encanta seducir con una sola mirada, Dillan y yo no somos tan diferentes. Los dos lo sabemos. Yo he ido adquiriendo ciertos rasgos suyos con el paso de los años, las cosas que mas me han gustado y mas he admirado y los míos se han ido incorporando a su manera de ser.
Al final, dos mundos diferentes, dos maneras de ver las cosas, pero unas mismas ojos para vivirlos.

1 comentario:

Tukamán dijo...

Tupés. Tupés. Y más tupés. La mejor serie de los 90 llega de nuevo a finales de la primera decada de los 2000. Y resulta que nos da la sensación de que nos vuelve e aleccionar. Quizá es una serie atemporal. Solo las más grandes consiguen ser así.

El sueño americano me duele más en el corazón en cuanto me entero de que no lo alcanzo. Solo por que los chicos de beberly hills me han hecho acercarme demasiado a ellos, con esa amistad tan increíble que les une. Con esas flaquezas humanas que todos los personajes tienen... pero con ese porte final de todos los protagonistas, que acaban resolviendo para bien todos los dilemas morales que afloran en diferentes etapas de su vida.

Enhorabuena a esta serie por fomentar única y exclusivamente la buena de las dos morales (doble moral) a las que los americanos son tan aficionados.