domingo, agosto 26, 2007

Capítulo 20. Supurando miedo


Definitivamente mi excompañera de trabajo se ha añadido a mi listado de “cosas que hacen que supure miedo por cualquier rincón de mi cuerpo”.
Una mujer de rasgos faciales que no salen de lo corriente, pero cuya mirada y expresión corporal hace que tenga un miedo irreparable.
Trato de ser un buen compañero, de vez en cuando charlo con ella, río sus bromas y evito hablar mal de ella. Pero de todos modos, supuro miedo.
En la mirada reside mi principal temor. Da miedo, mucho miedo. De vez en cuando clava esos ojos negros en tu rostro, observa, sonríe y no dice nada. El silencio es además su perfecto aliado. Durante esos segundos el mundo se queda atónito, callado, como si pretendiese ser el perfecto observador de la ejecución de una obra de arte que pretende ni mas ni menos que acabar conmigo. Te engulle la nada. De repente te preguntas que ha pasado en ese lapso de tiempo, y acto seguido te miras el estomago a ver si las entrañas siguen en su lugar, miras sus manos no sea el caso que tenga tu corazón latiendo entre ellas y deseas que tus orejas sigan colgando de los lados de tu cabeza. Por suerte nada de eso ha sucedido, no hay nada anómalo, pero sabes que podría suceder.
Es una chica introvertida, callada y reservada, pero quizás demasiado para la edad que tiene. Con lo cual sacamos diferentes hipótesis respecto a ello. Mujer avanzada a la época que vivió el apogeo de las drogas sintéticas y que esta en la fase póstuma de la resaca, intentándose recuperar en vano de tantos y tan diversos efectos; mujer introvertida porque la vida es como una caja de surtidos Cuétara donde “que aburrido sería si todos fuésemos iguales”; o una mujer diabólica, dada a la vida, y que en un cierto momento se acabará de desestabilizar y destrozará a todos aquellos a los que odie en silencio; yo no quiero ser uno de ellos.
Para mí, y de momento, un único modo de escapar: reír sus gracias.
Este listado al que se ha añadido esta antigua compañera de trabajo es un simple conglomerado de de lugares, animales o personas que sin salirse de lo normal me causan momentos de angustia y de temor sin que encuentre ningún remedio para ello.
No me considero un tipo miedica y, de hecho, me encantan las películas de terror. Algo que siempre tengo que hacer, eso sí, cuando las veo, es verlas enteras, ver su final y descubrir cual es la mejor manera de acabar con ese monstruo salido de las alcantarillas o cual es el mejor antídoto para ese virus que sale de un meteorito fuera de órbita.
Supongo que ahí reside mi principal problema con estos miedos reales, que no dispongo de ninguna regla para saber como debo actuar contra ellos.
Es evidente que sólo se trata de elementos que me angustian un poco, no hay que ser exagerado, pero lo cierto es que me incomodan a su manera.
Uno de ellos es por ejemplo el que me encuentro cada vez que voy al cine. Se trata de los lavabos de las salas. Supongo que se ha convertido en esa especie de sala oscura que no te atrevías a cruzar cuando eras un niño porque no sabías que podía salir de allí dentro. No la cruzabas por nada del mundo, aunque tuvieses todos los juguetes del Toysrus en la sala contigua. De que te iban a servir todos los esos coches y muñecos si estabas dentro del estomago de un cocodrilo enorme con manos robóticas pensabas.
La diferencia ahora es que tu orgullo desarrollado a medida que has crecido y tu supuesta inteligencia y reafirmación en lo científico, que hacen que no creas en nada que no vean tus propios ojos, impiden quedarte en la butaca o en la cola de las palomitas.
Con lo cual tienes que ir a los lavabos. A pasarlo mal. Pensareis que no hay nada inusual en dichos lavabos pero si os fijáis bien son el mejor lugar para cometer un crimen, para que salga una especie de rata enorme o para que fruto de un caso de ciencia ficción como en la película “El último gran héroe” salgan los personajes maléficos de una las películas que se están proyectando y se escondan allí, matando a cualquier persona que no pueda retener mas fluidos corporales. A este hecho luego hay que añadir un análisis de su estructura y de sus características que los convierten en lugares terroríficos. Siempre son alargados y todas sus puertas siempre están cerradas. No sueles encontrarte más de dos tipos por visita y siempre da la casualidad que acaban marchándose antes de que empieces tu faena. Seguro que saben algo pero han dicho, mejor él que yo. Y luego esta ese silencio. Vale que es un cine, pero ese silencio es más bien sinónimo de mal presagio que no de, silencio por insonorización.
Bueno, posiblemente este miedo a los lavabos de cine sea infundamentado, como se supone que lo era el del cocodrilo con manos bióticas de la antesala negra a los juguetes, pero por si acaso prefiero no pasar más de seis minutos en ninguno de esos lugares.
Hombre precavido vale por dos, ya se sabe.

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